Soy un castellano castizo y, algo rudo y frio como el carácter de Castilla, sin embargo de mente abierta y corazón caliente, corazón que quisiera parecerse al de un ser admirado que nació a medio centenar de kilómetros de mi casa, el muy ilustre, valiente y sacrificado, Don Simón Bolivar.
A menos distancia de mi casa nacieron también héroes de otra índole como el Naturalista Don Félix Rodríguez de la Fuente, o el poeta paisajista Don Antonio Machado.
A todos ellos he tratado de emular sin demasiado éxito, más bien nada, aunque en algo sí que me parezco a ellos, por supuesto sin ánimo de ponerme en absoluto a su altura: El espíritu viajero.
Espíritu viajero que me llevó hace algunos años a conocer México, enamorarme de inmediato de esa tierra, y casarme allí con una de sus también no menos castizas y lindas mujeres, caracterizadas todas ellas por su infinita sonrisa, mujer inteligente y cariñosa que cometió el error de aceptar mis proposiciones, y, que me ha dado tres hijos mestizos, a mucha honra. El mayor de ellos con tres años ya ha aprendido a decir, no sé donde: "Soy puro macho mexicano y la muerte me da risa!!!"
La primera vez que aterricé por allí pensé, gracias a la intoxicación propagandística del celuloide hollywoodiano, que lo primero que tenía que hacer era comprarme dos pistolas para defenderme ante un atraco inminente y seguro.
Creía, eso es lo malo de la fe, que siempre creemos lo peor, que méxico era eso nada más: pistolas, calles de barro y borriquillos, señoras con bigote y chuchos con flojera hasta para ladrar (hay un chiste, para verlo pincha aquí). Pinches gringos puñeteros! Y en España todo vandoleros y toreros!
El aeropuerto estaba recién fregado y olía a canela. La gente caminaba despacio y tranquila, relajada ¡y eso que estábamos en el DF!; Los policías no tenían aspecto de corruptos secuestradores, es más, amablemente me pasaban por la fila de los paisanos para agilizar la cola. Algo más extraño aún había en sus rostros, y al fijarme al rededor, comprobé que esa peculiaridad se había extendido como una plaga: ¡La gente sonreía!
¿Algo que declarar? -Me declaro atónito, respondí. El policía de aduanas me miro con el ceño fruncido un instante y terminé la frase: -Es decir, no señor, nada.
Luego en el aparcamiento había unos coches... que, creo que nunca podré permitirme uno así.
México hay que verlo para creerlo. Se parece a España en que es un país de grandes contrastes, grandes pasiones y una fabulosa historia multimilenaria, expoliada en ambos casos, pero mágica y agreste, lúdica también, onírica tal vez y pintoresca, pero sobre todo, sin rencores.
México hay que verlo, querido lector, querida lectora. México hay que vivirlo.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario